Las Industrias Culturales, para mí, no existen.

Veremos a grandes rasgos, porque creo firmemente en la equivocidad del término. La industria, se define como aquel campo de transformaciones económicas, que surgen abiertamente de los procesos de recepción, diseño y creación de objetos de consumo, a partir de insumos y hacia mercados. Pero sobre todo, desde el pasado siglo XX tenemos la consideración esencial de la industrialidad como algo que está producido en serie para un consumo en masa. La identidad digamos óntica, de los productos, su ser repetido y mecánico, la virtud industrial sobre el producto como un clonaje de tipo repetitivo y sobre todo, multiplicante con fines meramente comerciales, nos remite a una de las características esenciales, repito, ónticas, que definen la esencia del ser práctico de este segundo sector de la economía mundial: su aparente multiplicidad en la unidad real de producto.

En el campo de la cultura, aunque alguno pueda decirme que estamos ante un fenómeno industrial, por ejemplo, en el campo editorial, hemos de decir que la multiplicación de productos en serie no son lo fundamental en esta área económica. El concepto mismo de repetitividad e incluso el de competitividad sale sobrando, desaparece el concepto de industria, para dar paso al de producto-servicio, orientado básicamente a consumo mental, a partir de una mediación material (libro, tv, cd, etc). El concepto de mediación que sustituye en gran medida el de canal, fusionando medio técnico con mediación social, los términos son aproximaciones heterodoxas de Martin Barbero, viene a constituir un concepto-práctica importante en dos sentidos.

La colocación o ubicación de la práctica productiva y consuntiva de la cultura en un sector específico de la economía.

La creación por ende, de lo que he llamado una naturalización discursiva en torno a los productos, bienes y servicios simbólicos propios del subsector de servicios culturales.

La verdad es que lo cultural, así como determina una necesidad transteórica y transcultural, implica el reconocer que el área tiene un pie en el sector terciario de la economía y otro en el secundario, entre los dos podríamos decir que existe un sector mixto, si se quiere en términos garcia-canclinescos, híbrido. Pero lo híbrido no produce. Diríamos pues, y lo pongo con ánimo constructivo de aclarar, no de empeorar la comprensión de las cosas, que tendríamos que crear un cuarto sector, el de cultura o como otros lo han llamado el sector de la sociedad del conocimiento.

Aunque usted me presente al término de un período de producción, digamos, 30 mil ejemplares de un texto, ese texto, en cuanto virtualidad propositiva de algo, en cualquier género literario, suma de ellos, o en formato de crónica o estadísticas, o el tema que usted guste, es y será siempre, para ese texto en sí, UNO SOLO. El consumo mismo que cada lector que compre el libro haga será distinto. Para un administrador de empresas clásico y cuadriculado mental, dirá lo que me importa es que los 30 mil se vendan, que el plan de medios sea eficaz y que cumplamos con los tiempos límite de ventas. Un administrador cultural, que no es lo mismo ni es igual al anterior, diría: cómo fue el consumo de ello, microsegmentemos recepción, veamos qué gusto y qué no, cómo podemos potenciar las ventas de este escritor en beneficio de la editorial, manejemos publicidades alternativas, qué rentabilidad cultural hemos dejado en los lectores gracias a este texto que es, al mismo tiempo, producto material que porta un servicio de conocimiento, entretenimiento y desarrollo cultural.

Todo esto forma parte de un estilo propio del ser de la administración cultural, propia a estas empresas, la masividad puede existir y de hecho quisiéramos que existiera a nivel de compra, pero allí no acaba el gerenciamiento de una empresa cultural; necesitamos saber, por lo menos, si no consumos particulares, cuando menos zonificados, creando parámetros de análisis por grupos de consumo simbólico y de impacto en cuanto “rentabilidad” cultural (capital cognitivo que contribuye al capital social, sobre todo se pretende el comunitario, vease Durston, Portes y North), necesitamos entender que la administración de estas empresas de SERVICIOS culturales, son ante todo, empresas que deben manejarse con flexibilidad, creatividad y apertura de horizontes mentales, no bajo los parámetros repito cuadriculantes y rígidos, de la gerencia clásica que ciertamente pueden y de hecho son deseables para algunas o muchas empresas de los sectores primario y secundario de la economía.

LA NATURALEZA DE LA EMPRESA EXIGE SU ESTILO ADMINISTRATIVO PROPIO, PERO LA NATURALEZA DE ESA EMPRESA DEPENDE DEL SECTOR DE LA ECONOMIA DONDE ESTE UBICADA.

Así pues, si las empresas culturales están en el sector terciario, mal podríamos llamarlas y administrarlas como “industrias” culturales. Los excesos, defectos y frecuentemente aberraciones administrativas, altamente inhumanas, por este errado enfoque sobre el sector, provocan desnaturalizadas visiones de un área productiva donde lo humano, lo creativo, lo sensible es fundamental. Quizá el ejemplo más cabal de lo anterior, es la compulsiva y equívoca forma de administración que ha tenido la óptica industrialista, sobre el sector cinematográfico en Hollywood (hordas de drogadictos, alcohólicos y suicidas son el doloroso corolario que demuestra que cuando una empresa se maneja no correspondientemente con su sector económico, como la razón mal empleada y parafraseando a Goya, también PRODUCE MONSTRUOS).

Share this post


MONEDA
USD
EUR
ARS
CLP
MXN
COP
PEN
BRL
UYU
BOB
Abrir chat
Hola 👋
¿Necesita ayuda? estamos online!