Soledad Villamil

Ni actriz que canta ni cantante que actúa. Artista integral, reconoce que no planificó su carrera. La hizo. De chica, escribía cuentos y observaba. De grande, se deja ver. Y sabe hacerse oír: acaba de editar un disco fino.

Dice que lo suyo no es la planificación, mucho menos la estrategia. «Si pienso mucho lo que estoy por hacer, tal vez no lo haga. Me meto en las cosas muy intuitivamente… Por ejemplo, miro para atrás y no reconozco ni recuerdo, porque tampoco sé si existió, el momento en que haya dicho quiero-ser-actriz… Yo me encontré siendo actriz. No soy de proyectar metódicamente lo que vendrá. A partir de lo que siento, me mando y confío. Y laburo mucho», comparte quien no es la cantante que actúa ni la actriz que canta. Es la actriz que se luce en El secreto de sus ojos y la cantante que acaba de editar Morir de amor, un disco elegante en el que se impone su voz con sello. Todo en estos días. Una coincidencia de ésas que, finalmente, invita a desterrar el misterio de cuál de las dos es Soledad Villamil. La misma.

Artista integral, confiesa que «con este segundo disco —el primero salió hace dos años— tengo que explicar mucho menos qué soy. Creo que está más asumida la situación de que, además de actuar, canto… como que el proyecto musical ya tiene entidad en sí mismo». Un puñado de 12 canciones de amor —con serias versiones de Rencor y Qué te importa que te llore— permite asociarla emocionalmente a esa nena que se «sabía todas las canciones de memoria. Aprendía cuanta canción llegara a mis manos. Me acuerdo de cantar tanto los temas de Promúsica de Rosario hasta los de Joan Manuel Serrat, me acuerdo de viajes largos en auto con mis viejos, mis hermanos y yo, todos cantando… Y a los 11 ó 12 descubrí la música brasileña, una gran revelación para mí. Moría con Chico Buarque, con Caetano Veloso, con Maria Bethnia… Siento que la música está en mí desde que era muy chiquita. Y cada tanto cantaba en las reuniones familiares».

¿Siempre tuviste esta voz categórica?

Sí, potente. Me decían qué buena voz que tenés, pero cantá más bajito. Vos no te das cuenta, pero cantás un poquito fuerte, ¿sabés?

La escena, recreada con gracia, le ilumina esa cara de intensa belleza, que se sonroja, apenas, cuando la descubren como una distraída cebadora de mates: ricos, con un toque de miel, pero le cuesta darle ritmo a la ronda. En la serenidad del estudio que montó junto a su marido —el actor Federico Olivera—, cuenta que en su casa «era muy bienvenido todo lo que tuviera relación con el arte. Mi vieja —periodista y coreógrafa— quería que tocáramos un instrumento, así que a los 5 estudié inciación musical y después seguí con piano, flauta traversa y guitarra. Hasta que en la adolescencia empecé a estudiar teatro y, bueno, se produjo como una bifurcación». Bifurcación que, más que dividirla, la multiplica.

A los 40 años, madre de dos hijas y dueña de una galería de personajes arraigados en la memoria de la TV —como la Eva de Locas de amor o la Cecilia Fusiak de Vulnerables—, asegura que «jamás voy a olvidar mi primera clase de teatro. Me había anotado en un taller que daban en el colegio (el Nacional de Vicente López) y ya el primer día dije esto es para mí. Tenía 15 años, estaba en la mitad de la adolescencia, y de repente sentí una plenitud enorme por algo que se recortaba de cualquier otra vivencia».

Cree no haber compartido con mucha gente aquella sensación, «porque era una época mía medio hosca». No recurre a los tonos pasteles para pintar a la Soledad de aquellos días. «Otro momento mío bravo fue cuando empecé a laburar en la tele (debutó en el unitario Zona de riesgo). Yo venía del teatro (se formó en la Escuela Municipal de Arte Dramático y fue alumna de Ricardo Bartís), soñaba con tener una compañía que hiciera giras y obras con debate y la televisión y algunas cosas del oficio no me cerraban, pero con los años aflojé con eso», sonríe quien tiene claro la distancia entre persona y personaje. Una usa jean y remera violeta para la charla. El otro, vestido y maquillaje para la foto.

Mujer que ha heredado de sus padres el valor de los valores, encuentra en sus abuelas «dos modelos de mujer muy distintos, claves en mi vida: Fanu, la mamá de mi mamá, es egresada de Filosofía y Letras, una mina muy independiente, de avanzada. Y Aurora, que murió hace 6 años, era muy apasionada, abuela de rodete, de coser, de cocinar, con mucha imaginación. Y contaba unos cuentos maravillosos». Tal vez, esos relatos inspiraron a su nieta a escribir «un libro que sólo llegó a tener dos cuentos… Lo había armado con una carátula y unos anillos, con la intención de llenarlo, pero no pasé de dos. Y lo recuperé cuando murió la abuela, porque ella lo había guardado en su casa».

Será ése, entonces, el famoso pasado que vuelve, ése que ahora la encuentra cantando con esa voz que de chica era mucha y de grande suena mágica.-

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